Wert va camino de lograr el récord como peor ministro de nuestra historia.
Hace unos días el futbolista Pelé intentó convencer a sus compatriotas de que se dejaran de protestas por cosas de poca monta y se centraran en el terreno de juego. Bueno, cada cual tiene su manera de ver las cosas. El tipo es un ídolo nacional y los ídolos a veces olvidan sus orígenes. Pero la selección brasileña en pleno saltó al campo tomando partido por los que pelean en la calle contra la corrupción y las desigualdades sociales. Desde Neymar hasta Rivaldo, todos se desmarcaron del rey del balón porque una cosa es el fútbol y otra, la vida. Romario lo hizo con un regate supremo: “Pelé cuando calla es un poeta”.No crean que saco a relucir a Brasil por no hablar de lo nuestro. A fin de cuentas los trapos sucios son los mismos: malversación de fondos, corrupción institucional y desmantelamiento de la sanidad y la escuela pública. El ministro de Educación ha venido a decir que eso de que todo el mundo pueda estudiar se va a acabar. Wert es un poco como Pelé, cada vez que abre la boca, se pierde un verso.
Aunque entre uno y otro no hay color. Pelé pasará a los anales del deporte simplemente como el mejor futbolista del mundo; el señor Wert, sin embargo, va camino de lograr el récord como peor ministro de nuestra historia, que tiene mucho más mérito con la competencia que hay.
Dentro del PP no todos están en contra de la igualdad de oportunidades. Pero el ministro de Educación es un elitista salvaje y cree que la crisis ofrece la excusa perfecta para ganar de una vez por todas la lucha de clases.
Detrás de todo hay en el fondo una cosa de nuevos ricos que es la necesidad de hacer dinero sin ton ni son. El mundo se divide entre los que tienen cuentas en Suiza y llevan a sus hijos a los campus privados y el pueblo llano, que come en silencio porque sabe que todo está dicho desde los griegos. Si el Gobierno le pide sacrificio, la gente se sacrifica privándose de lujos asiáticos como almorzar o graduarse la vista. Pero de ahí a dejar a la niña sin estudiar puede mediar una guerra. Este es un país donde los abuelos de antes metían los ahorros en un colchón y si hacía falta, vendían un campo de naranjos para que el nieto pudiera ir a la universidad. Aquí si tiene uno que apretarse el cinturón, se lo aprieta. Pero la educación de los niños no se toca o arde el Mississippi.
De momento, la enseñanza pública ha ganado la batalla de la Selectividad. Las mejores notas de las cinco universidades valencianas en Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU) han sido mayoritariamente para alumnos de los institutos públicos que carecen de los sofisticados medios de la enseñanza privada. Chavales como César Fuster (9,75), Sophie Franch, (9,68), José Antonio Fernández, (9,54), Roberto Díaz, (9,53)… También todos los demás, los que no alcanzaron notas tan brillantes pero han defendido sus posiciones con esfuerzo y orgullo. María García Ferrer, Nihal Gouri, Ximo Alabau, Pablo Mora, Sergi Beltrán… Chicos criados en los patios de institutos de barrio, con ese aire adolescente de querer comerse el mundo, volviendo a casa cada día cansados con la mochila al hombro, forjando sin saberlo las amistades irremplazables del futuro, como hemos hecho todos, porque el patio de la escuela es como el patio de la vida.
Lo tendrán crudo, por descontado, pero sabrán plantar cara a las dificultades. Al fin y al cabo vienen de una escuela libre y batalladora. Tome nota, señor ministro. Este fuerte no se rinde.
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